Democracia, educación, ciudadanía


¿Por qué no lo intentamos? Vivimos en una época en la que el mercado se impone y desenfoca la atención y la intención de los ciudadanos en torno a su educación, y a la práctica de la ciudadanía. Poco a poco se ha ido introduciendo el término “educación de calidad”, prestado de la economía.

En nombre de ella, se orientó el propósito de la educación hacia el “emprendimiento”, consistente en hacer del niño y del joven un emprendedor, que desarrolla sus capacidades en función de objetivos económicos y productivos. El propósito formativo pasó a ocupar un segundo plano.

En busca de la eficiencia y eficacia, se ha renunciado a lo formativo, a aquello que hace crecer a la persona por dentro y le permite discernir, elegir, optar, valorar sin muletas frente a la vida. Como consecuencia, hay una ausencia total de educación ciudadana.

¿Qué propuesta educativa se desarrolla, que no da los resultados esperados en formación y desarrollo de la infancia y juventud? El silencio oficial es desesperante. La respuesta inmediata del negacionismo y oscurantismo que levita en la sociedad retrógrada le canta la voz y pide educación en valores. Pero ¿qué valores? ¿Aquellos objetos que la sociedad de consumo nos pone al alcance en vitrinas y medios de comunicación? ¿Por qué aceptamos ser consumidores cuando lo rico e importante es ser productores, es decir ciudadanos?

El sociólogo y filósofo Bauman -fallecido el año pasado- decía “Un consumidor sin dinero es ‘un fracaso’ porque no puede ‘comprar’, mientras que un ciudadano sin dinero es un conflicto al que la sociedad debe atender.” Las circunstancias políticas que vivimos han puesto en evidencia que en lugar de acceder a una sociedad del conocimiento, se ha dado paso a una sociedad de consumo, que genera inequidad y pobreza. ¿Cuántos de nuestra clase dirigente y del ciudadano común y corriente se ha dado cuenta de ello?

Sin “querer queriendo” con estos hechos de la coyuntura estamos acampados en el país en lo que Bauman llamó la modernidad líquida donde se han desvanecido las instituciones sólidas, tutelares se les llamaba, para dar paso a una realidad marcada por la precariedad, el ritmo cambiante e inestable, la velocidad de los acontecimientos, la dinámica agotadora y la tendencia al individualismo de las personas.

Eso nos viene sucediendo y desconcertando en medio de un grupo de vivos que se parapetan en ser mayoría solamente sin importarles el conjunto del país. Sólo sus ambiciones y nada más. Sin embargo son ellos los que claman orden, decisiones y rescate de valores. ¿Cuáles? Ni una palabra de democracia, de derechos, de libertades.

Hace falta que nuestros líderes de la academia, de la sociedad, intenten parar esta autodestrucción y volver a dar claridad democrática en este momento de confusión y precipitaciones. La democracia no puede ser boba, abúlica ni domada. La democracia se defiende y se fortalece en sus instituciones y el desarrollo de la vida política participativa.

De espectadores a protagonistas. El momento en el país exige pasar de meros espectadores y comentaristas a protagonistas. No puede dejarse la iniciativa a quienes desde el autoritarismo y oscurantismo confunden a la ciudadanía y con medias verdades recurren a medidas, que saben no serán efectivas. Instalan la confusión como política y la imposición como norma.

Nuestros intelectuales y académicos poco se la juegan en el esclarecimiento y no nutren el aprendizaje de los ciudadanos. ¿Por qué? Muchas razones y emociones existen en la historia que nos hablan de esas omisiones, pero lo cierto es que vivimos y nos hemos acostumbrado a la intermitencia de sus discursos y no a una sostenida y permanente alimentación al contenido del mismo.

Como si se hubiese instalado en un quietismo en la sociedad y un guardar las ideas para debatirlas y difundirlas solo en los claustros. Vivimos atados a una sociedad contemporánea construida sobre la novedad. En ese ambiente los conceptos ligados al cambio adquieren una dimensión positiva, y los que indican lo contrario tienen una carga negativa.

Y miramos que las recetas que nos dan los profetas de la modernidad y de los bancos, la flexibilidad es aceptada como algo positivo y la rigidez que supone acuerdos, debate y consensos se califica de negativa. Así nos “venden” que la flexibilidad es la consigna para que la democracia se desarrolle y traiga prosperidad. Se moteja de retardatarias las relaciones laborales que implican reconocimiento a quienes ponen su fuerza de trabajo al servicio del desarrollo. La salida es seguir defendiendo la rigidez del mercado de trabajo.

Somos producto de un Estado que con el cuento de la bonanza económica y el crecimiento del PBI por más de una década, nos da el mensaje maniqueo y no se atreve a intervenir para poner coto a la banalidad en que vivimos y que destruye instituciones llamadas tutelares. Se le da atención a aquello que no es trascendente, a lo efímero, a lo superficial, al discurso fatuo con palabras generadoras de expectativas pero sin contenido en la realidad.

Nuestra democracia es vapuleada y en su nombre como escudo se realizan atropellos a la ciudadanía ¿Qué falta para pasar de espectadores a protagonistas en temas centrales y vitales para nuestro país? No sabemos prevenir acciones para paliar las heladas, no sabemos realizar acciones oportunas para reparar aquello que los embates de la naturaleza ocurren en nuestras regiones; tampoco sabemos reaccionar ante atropellos a la persona como el feminicidio, la trata, la minería ilegal, el narcotráfico, la corrupción y tantos discursos que desvían la atención general para atender intereses particulares y que paralizan una política educativa porque existe una demanda ante la Corte Superior, como el caso del enfoque de género en educación. Congelados, respetuosos, espectadores, renunciando a ser protagonistas por el maniqueísmo político que se practica. .

Tema de ciudadanía. La coyuntura, lo visto y vivido, nos lleva en casi vísperas del aniversario patrio a constatar y demostrar la orfandad de comprensión del tema de ciudadanía en educación. Se podrá tener las coordenadas de la llamada calidad de la educación, pero sí se ha demostrado que la calidad de los contenidos es tan superficial, está tan licuados, que se diluyen con la aparición de mensajes arropados de consumismo y devaluando el respeto al otro, reforzando el individualismo, la competencia.

Se ha cosificado a la persona. Como tal no se ha preparado a niños y jóvenes para el desarrollo del pensamiento; es decir la capacidad propia que tiene la persona que crece y se desarrolla. ¿Nuestro sistema educativo en sus niveles ha promovido el desarrollo de pensar de manera personal para entendernos, comprendernos y también para conocer el mundo que nos rodea? ¿Por qué nuestra juventud, salvo excepciones, puede entender que sin un análisis riguroso de la realidad, no podemos hacerle frente y decodificarla?.

Quienes están en el discurso político, ¿saben bien lo que Macchiavello decía: para hacer política, hay que ser en primer lugar, realista? ¿Desde la política educativa sabemos qué tipo de sociedad tenemos y qué tipo de personas se han formado como profesionales, como técnicos? ¿Nuestros maestros saben con qué tipo de personas deben trabajar, están preparados para ello? ¿Hasta dónde nos hemos compenetrado que somos una sociedad intercultural y que nuestro país es diverso? .

Todo forma parte de la educación ciudadana. Lo que se desarrolla más allá del currículo sobre educación ciudadana son “recetas” y “ritos”, falsos indicadores de lo que es formar ciudadanos críticos e informados que participen en las decisiones que conciernen a la sociedad. ¿Por qué nos hemos prestado a licuar los fundamentos de la educación nacional al punto que hoy los niños y jóvenes conocen más de otras realidades que de la propia?.

¿Por qué se “denuncia” la falta de educación en valores, si se es permisible a ciertas licencias éticas y morales en la vida cotidiana escolar y sólo se habla de bullying? ¿Por qué se es escrupuloso en utilizar enfoque de género, por la connotación que les dan grupos de iglesias y colectivos autoritarios y oscurantistas? ¿Por qué ante la llamada “falta de disciplina” de los alumnos, se recurre de inmediato a que se imparta el curso de educación pre-militar? Y la lista de permisiones sigue. ¿Por qué no se reacciona afirmando responsabilidad del desarrollo de una política educativa para todos?

Licuando conceptos, licuando comportamientos, licuando contenidos se responde a lo que el mercado demanda y no la sociedad del conocimiento y la información. Estamos prisioneros y no nos damos cuenta. Mientras el mundo se preocupa y afina para responder a la IV revolución tecnológica mundial, se sigue pensando que se debe educar y formar a los ciudadanos del país con medias verdades. Sigue triunfando el maniqueísmo como discurso educativo.

La marcha del día 19 de Julio ha sido histórica por la convocatoria y por la convicción que tuvo la ciudadanía para responder caminando y protestando en la calle. Los peruanos y peruanas no “arrugamos” como dicen los chicos. Todo lo contrario, marcharon contra la corrupción.

Algunas escuelas han anunciado que no asistirán a los desfiles de fiestas patrias, otras que izarán la bandera a media asta; otras lavarán la bandera. Iniciativas de esa naturaleza deberían ser acompañadas por un discurso pedagógico de formación ciudadana que afirme actitudes, valores y respeto. ¿Qué ocurre en las autoridades de educación?.

En unos casos silencio; en otros enredados en asuntos administrativos burocráticos. ¿Cómo interpretar el silencio ante la corrupción? ¿No existe una reflexión pedagógica desde las alturas de la alta dirección del ministerio de educación sobre los problemas que afectan a la sociedad, a sus instituciones, al país? ¿Cómo responder a los alumnos y alumnas sobre la información que consumen por los medios de comunicación? Las autoridades educativas tienen una deuda con la educación ciudadana.

Democracia, educación y ciudadanía son un continuum, no son parcelas. El ministro de educación debe poner un poco de atención en esto, que es lo fundamental para el desarrollo de la ciudadanía.